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Prensa

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Tradición judía imaginaria para la mejor de las músicas argentinas
Página 12

Para Erik Satie primero, para Debussy y Ravel después, lo exótico, el Oriente, las tradiciones marginales, funcionaron como un pretexto para utilizar escalas y modos armónicos distintos de los hegemónicos y, sobre todo, para escapar de la omnipresente influencia wagneriana. Mucho después, cuando el jazz, el tango y el rock –los grandes lenguajes de tradición popular surgidos a lo largo del siglo XX– se asemejan cada vez más a lenguas muertas, son nuevamente las culturas extrañas las que permiten abrir una puerta y una esperanza.

La raíz cultural de César Lerner y Marcelo Moguilevsky está en la música klezmer por una cuestión ancestral: el origen ashkenazi. Desde que nacieron como dúo exploraron esas corrientes, pero no porque sintieran alguna imposición; les resultaba natural. No surgió como respuesta a una pregunta (¿debemos hacer música klezmer?), sino como el intento de echar un vistazo a lo ancestral y, también, como un modo de traer al presente ese pasado cultural. Primero investigaron, después abrazaron ese repertorio.

El klezmer nació, al igual que todas las músicas de raíz popular, como parte de un rito social. En este caso, las celebraciones religiosas de los judíos askenazíes en el siglo XV. Luego se volvió profana y festiva, se desarrolló instrumentalmente y, a finales del milenio pasado, llegó al avant-garde neoyorquino con el rugido salvaje del saxo de John Zorn. Casi al mismo tiempo y en el polo opuesto, César Lerner (acordeón, piano y percusión) y Marcelo Moguilevsky (vientos, voces y ese silbido) hervían el klezmer en el puerto de Buenos Aires. Después lo arrastraron río arriba, como Los gauchos judíos, de Gerchunoff. Ahora, para ir más hondo y liviano, privilegiaron los colores crepusculares. Sin perder de vista el filo popular, al repertorio tradicional le añadieron un puñado de composiciones propias, que dialogan tanto con la historia del género como sutilmente entre ellos. La conversación es la de dos viejos amigos: íntima y sosegada, con una pinta de humor y algunas heridas cicatrizadas.

“Los artistas nos ponemos censuras y decimos por acá no. Queremos darnos permiso de hacer otras cosas, acaso producto de la impunidad que uno tiene cuando pasa los 60 y nos damos lujos de sentir y mostrar”, dice Marcelo Moguilevsky, quien junto a César Lerner presenta su nuevo show, “Tish”,

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